miércoles, 28 de octubre de 2009

APUNTES PARA EL FIN DEL MUNDO "¿Cuándo avanzaremos decididamente en el camino hacia la Realidad?"

Está cayendo una buena, por fin. Las nubes abren su ubres maternales y nos anegan con el agua vital en el anticlimax de un invierno frío y elocuente, soportados en un tiempo convulso, acelerado e imprevisible.

Ahora somos más conscientes de que nuestra imaginación de hace unos años era más lúcida que fantástica, y que aquella visión de un futuro posible se materializa hoy fielmente ante unos ojos atónitos. Visión aquella de una transformación radical del ser humano, de un salto cualitativo en la conciencia, de una suerte de despertar colectivo a un mundo menos materialista y más espiritual que surgiría tras haber vivido la humanidad las consecuencias más negativas y destructivas de su desacralización, de la idea moderna de un progreso fundamentado en el consumo de bienes y objetos y en la satisfacción de todos los deseos.

Aquella otra visión de la evolución y del progreso humanos, que entonces era considerada utópica, surgió seguramente del sincero convencimiento de que para despertar a la Realidad y crecer como seres conscientes necesitamos limpiarnos de muchas cosas, vencer todas las ficciones imaginables, sacudirnos unos a otros en esa lucha por la Realidad. Los seguidores de la vía espiritual, los místicos y los artistas, avanzan en la senda de lo real en el contexto de una creciente precariedad y flexibilidad interiores. Los pueblos y las comunidades son, en ese sentido como las personas, tienen historia, biografía, necesidades y latencias.

Los andamios y valores que hasta hace apenas unos meses creíamos sustentadores de la sociedad contemporánea están cayendo aceleradamente, estallando como pompas de jabón que dejan traslucir un paisaje emergente, muy distinto del que contemplaron aquellas miradas. Quizás ahora advertimos con más claridad que la sociedad en la que vivimos sufre y se transforma, cuando los consumidores dejan de ejercer como tales y se convierten súbitamente en supervivientes, en el contexto de una crisis económica que hace inviable toda iniciativa restauradora, en un campo de negantropía e involución tan intensas que parece conducir nuestra visión del mundo hacia un inevitable colapso.

La historia del ser humano contemporáneo, la más reciente, la que nos afecta más directamente, está plagada de oscuridades, de crímenes contra la humanidad, de frivolidades que anidan en los ámbitos del poder, una historia construida a base de representaciones, en el seno de una cultura y de una sociedad de la apariencia, donde las diferencias étnicas, sociales y económicas están bien delimitadas y definidas, un paradigma que sólo se sostiene en la manipulación intencionada de las conciencias.

Una visión terrible del ser humano, de nosotros mismos, soportada en una alucinación inducida y en una desacralización forzosa. ¿Cómo cambiar de rumbo? Nos preguntábamos entonces ¿Cuándo avanzaremos decididamente en el camino hacia la Realidad?

Crisis y desastres parecen ser condiciones del despertar. Despabilar no es fácil, entre tanto arrullo mediático y tanta mala digestión del consumo, pero son los propios aconteceres los que nos van llevando hacia el mundo de nuestro ahora real, hacia un instante siempre auroral y reconductor.

Ahora, precisamente ahora, cuando el mundo que hemos conocido se ha roto, da la impresión de que estamos accediendo a una mayoría de edad de nuestra conciencia, a esa situación consciente que Henry Corbin definió como “escatología realizada”. Ya no hay que esperar más para que acontezca el fin del mundo. El mundo se está acabando ya, a pasos de gigante. Al menos ese mundo que hemos ido apuntalando en nuestro interior, relegando nuestros mejores objetivos y desalojando nuestros espacios de trascendencia, sustituyéndolos por la alucinación de un ilimitado progreso, tratando inútilmente de colmar un deseo cada vez más insustancial.

El mundo que hemos conocido se acaba, un mundo que durante mucho tiempo hemos creído exterior a nosotros, objetivo e incontestable, intransformable en lo esencial, inamovible en sus leyes depredadoras. Entre los escombros surgen miradas de estupor y de miedo, de esperanza y vacío. Es lo menos que puede surgir entre las ruinas de cualquier mundo. Y surgen al mismo tiempo que las preguntas ¿Cómo podremos sobrevivir sin el mundo, sin sus objetos, sin sus imágenes? ¿Cómo sobrevivir sin esa maravillosa coartada que fueron las rutinas, los protocolos, las hipotecas y las promesas redentoras?

Inevitablemente ahora la mirada se dirige hacia el interior, con la precariedad que implica vivir en un mundo de ruinas y fantasmas, y así nos vamos aproximando a nuestro ser real, el de la criatura desamparada, ampliada en su dimensión escatológica, empujada por los acontecimientos hacia una actitud resolutiva, final y realizante. Así también comenzamos a descubrir que entre estas ruinas emergen otras miradas y que, cuando las miradas se encuentran, podemos descansar de la experiencia agotadora de asistir en primera y única persona al impresionante espectáculo del fin del mundo.

Compartir el fin del mundo es abrir los cimientos de un mundo más humano y social, más libres de miedo, sobre todo porque lo más temido ha sucedido ya y porque nos damos cuenta de que seguimos vivos y somos ahora más conscientes. Comemos y dormimos, hablamos y hacemos el amor en un tiempo más acompasado, liberados de todos esos fantasmas que ahora gimen, tratando de asustarnos, a través de los medios de comunicación, fantasmas que habitan los edificios vacíos e inconclusos del sueño inmobiliario, los proyectos frustrados y aquellos deseos que ahora no pueden ser colmados.

Los pueblos hambrientos, desheredados del mundo, siguen sintiendo y muriéndose de hambre, mientras en las antiguas sociedades del bienestar, los consumidores, antes siempre insatisfechos, aprenden hoy a valorar lo que tienen porque, ante lo que está cayendo, saben que a cada instante que pasa tienen menos, comprobando que, en realidad, no tienen absolutamente nada. Los más favorecidos tienen miedo de perder la nada que tienen y se preparan para el fin de un mundo que ha ocurrido ya.

Lo que se ha acabado es la alucinación, ese “sueño de la razón que produce monstruos”, según la descripción de Goya en su aguafuerte. Lo que se acaba es la mentira, los que caen no son sino los velos que tratan patética e inútilmente de ocultar la Realidad.

Toda una transformación espiritual que es el cambio que necesitamos para sobrevivir después del fin de cualquier mundo, para resucitar del sueño de una alucinación que ha resultado ser una peligrosa visión, un paradigma suicida de estupidez y de exterminio, para subsistir como lo que somos en realidad, unas privilegiadas criaturas que desconocemos la grandeza que habita en nuestro interior.

Autor: Hashim Cabrera - Fuente: Webislam


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