sábado, 27 de marzo de 2010

Amar y Despertar, Responsabilizarnos de nuestra experiencia.


John Welwood

Siempre que nos encontramos ante algún sentimiento amenazador o intolerable, tenemos una elección. Podemos verlo como parte de lo que estamos experimentando y aprender a relacionarnos con él, o podemos reaccionar contra él y buscar a alguien a quien echar la culpa. Cuando culpamos a nuestra pareja –“¿Por qué haces que me sienta así?” en realidad estamos diciendo, “Odio mi experiencia hasta el momento, todo está mal, y es culpa tuya». A continuación puede que intentemos cambiar a nuestra pareja para no tener que sentirnos de esa manera.

En el caso de una pareja con la que trabajé, la mujer sentía que su vida era una insatisfacción crónica, pero en lugar de reconocerla como parte de su experiencia, censuraba airadamente a su pareja por no estar junto a ella. Cuando le pregunté qué sentiría sí él estuviera más disponible, ella respondió “alegría”. A su vez; su pareja la culpaba de ser demasiado crítica. Cuando le pregunté qué sentiría si ella fuese más permisiva, me respondió «paz y seguridad en sí mismo». De hecho, la mujer estaba diciendo “Sólo puedo sentir alegría si él está más presente”, mientras que el hombre decía “Sólo puedo sentirme en paz conmigo mismo si ella me acepta”. El resultado era que ambos permanecían atrapados en un círculo vicioso: ella atacaba cuando él retrocedía, al considerarle la causa de su infelicidad; él retrocedía cuando ella le atacaba, al verla como la causa de su angustia.

Nada podía cambiar hasta que ambos estuvieran dispuestos a responsabilizarse de su propia experiencia: Ella de su insatisfacción crónica, él de su inseguridad. Cuando ella estuvo dispuesta a buscar en su interior la fuente de su alegría, ya no necesitó atacarle a él por privarle de la felicidad y cuando él estuvo dispuesto a buscar en su interior el origen de su paz y seguridad en sí mismo ya no tuvo que distanciarse de sí mismo porque ella no lograse proporcionárselo.

Creer que nuestra pareja es la fuente de nuestra felicidad o tristeza significa renunciar a la responsabilidad de nuestra propia experiencia. Responsable significa “capaz de responder”. Hacernos responsables de nuestra experiencia significa ser capaces de responder a ella; tal y como es. Responder a nuestra experiencia empieza cuando nos preocupamos por lo que estamos experimentando y lo investigamos, en lugar de juzgarlo o apartarlo. Al responder a nuestra experiencia de esta manera, también cultivamos una amorosa benevolencia hacia nosotros mismos y una mayor autoconciencia.

Amorosa benevolencia es un término utilizado con frecuencia en la tradición budista para indicar un estado incondicional de amistad, benevolencia y buena voluntad. Es semejante al término cristiano caridad, una palabra que deriva del latín caritas, la raíz de la palabra cariño. Sustituir caridad por amorosa-benevolencia en la versión del rey Jacobo I de la famosa carta de San Pablo a los Corintios nos ayuda a comprender cuán crucial es esta cualidad. 

Aunque hablase con las lenguas de los hombres y de los ángeles, si no tuviese amorosa benevolencia, sería como una campana que tañe, a cama un címbalo que tintinea.

Y aunque tuviese el don de la profecía, entendiese todos los misterios y tuviese todo el conocimiento; aunque tuviese toda la fe necesaria para mover montañas si no tuviese amorosa benevolencia, no sería nada. La amorosa benevolencia la sufre todo… no envidia nada... no piensa mal... sino que se alegra con la verdad.

La amorosa benevolencia nunca falla; en cambio las profecías fallarán; las lenguas cesarán; el conocimiento se desvanecerá. Pues lo que sabemos es insignificante y lo que profetizamos es insignificante. Porque cuando llegue lo perfecto, entonces lo insignificante será eliminado. 

La amorosa benevolencia contiene una perfección interior, tal y como Pablo sugiere, porque es una expresión de nuestra verdadera naturaleza. Sin ella no es posible la felicidad real.

La amorosa benevolencia empieza en casa al preocuparnos por nosotros mismos cuando lo estamos pasando mal. Si somos capaces de extender esta clase de compasión hacia nosotros mismos, podemos sentirla en mayor grado hacia los demás. Esto contrarresta nuestra tendencia a considerar lo Ajeno como un enemigo potencial.

Así, si hemos de superar la necesidad de un enemigo -tanto interior como exterior- necesitamos empezar por desarrollar un afecto incondicional hacia nuestra propia experiencia. Incluso ya desde la infancia, la mayoría de nosotros hemos tratado de vivir de acuerdo a normas externas que nos dictaban cómo deberíamos ser. Al aprender a vernos como imaginamos que lo Ajeno nos ve, a expensas de nuestra sensación inmediata de quiénes somos, hemos perdido contacto con la capacidad de apoyarnos en nuestra propia naturaleza y de confiar en que podríamos simplemente ser nosotros mismos, tal como somos. El antídoto para esta alienación es cultivar una aceptación propia.

Aceptamos a nosotros mismos de manera incondicional no significa abandonarnos estúpidamente a las emociones o a una conducta inapropiada. Tampoco significa colmarnos de aseveraciones o similares sobre nosotros mismos. De hecho, gustarnos a nosotros mismos por alguna razón -porque aprobamos nuestro comportamiento o porque estamos a la altura de alguna norma- es una autoaceptación condicional. La autoaceptación incondicional es de un orden totalmente diferente a ésta, significa permitimos a nosotros mismos tener nuestra experiencia, cualquiera que ésta pueda ser. 

La amorosa benevolencia y la conciencia más profunda son los elementos esenciales para una autoaceptación incondicional, así como para cualquier crecimiento o curación real. ¿Cómo podemos cultivar estas cualidades? A través de una disposición para investigar, reconocer, permitir y abrirnos plenamente a nuestra experiencia.


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