domingo, 5 de septiembre de 2010

Carta a la Mujer indígena

Mujer indígena siempre he sentido admiración por tu raza, el temple fuiste tallada para ser el espejo de la madre tierra, sencilla, tímida, de sonrisa apenas asomada a la comisura de los labios, de mirada ida contemplando a los dioses en la profundidad de tu alma, en plegaria, rito, canción. Por dentro tu cuerpo bulle misterio, oscuridad florida, sobre el huipil estelar; fuiste creada. Será por eso, que nunca te cortaron el cordón umbilical, unida vas perpetua, a los forjadores de ese inmenso amor, profesas a nuestra madre Tierra.
De tus entrañas salen yacimientos de oro, platino, plata y das vida regocijantes hijos: ríos, lagos, lagunas, cenotes, cataratas y volcanes.
Tu cuerpo es árbol ceiba sagrada, ancestral, terminando en raíz gruesa, yéndose en la profundidad de la vía láctea, dando oro blanco algodonado a tus hijos, vástagos, de flora diversa y coloridos tonos tierras.

Tu piel dorada es amasijo del maíz, y sus granos provisión dulce de cacao, alimento que endulza lágrimas amargas.

Tu cabeza adornada de coloridas cintas unidas a tus cabellos, trenzadas hiervas, diversos aromas, aura tocado, no permite enfermedades entren en su templo.

En tus caderas, quedaron tatuada la faz de la tierra, donde suele haber talegos de amor de madre, donde la matriz cielo, es el jardín de juego de tus hijos y la matriz tierra, es la biblia, enseñanza, desde cuando no había ningún ave, pez, ni animal, tampoco sonido; solo mar, tierra, y el vasto cielo, para crecer espiritual.

Tu alma va vestida de rojo carmesí, verde profundo de los mares, alas de quetzal viajera, en la libertad misma, del viento.

Tus pasos por la vida están marcados por el calendario Maya, donde tus días siderales se marcan en la orbita de la tierra alrededor del sol y tus hermanas las pléyades siempre contemplándote desde la estrellada distancia. Tu lumbre es origen lunar.

Tus cabellos largos son surcos en la tierra, dando paso al agua salvadora y fértil semilla donde nace el maíz, cuyuxcate, moral, campeche y el marañón.

Cuando con tus dulces dedos, siembras la tierra y cuando tus espaldas se inclinan en reverencia a ella, el amor llega desde las constelaciones se unen a ese rio de sol, agua y verde sembradío, crece entonces oro, desde tus simientes, maíz, frijoles, calabazas, tomates, yuca y algodón; es el alimento de tus hijos.

Eres escritura laboriosa y sobre los telares quedan descritos como un arte sin igual en el mundo. Pues mírate mujer, llevas flores bordadas alrededor de tu pecho, como también a tu cuello y has ido dejando registros de tu firma, por todos los pueblos has ido caminando.

Tu voz descrita en los colores rojos, amarillos, negros y blancos. Todos los símbolos has aprendido de la naturaleza misma. Ella, tu madre, fue quien te invitó a pintar entregándote los aceites esenciales, salvia de corteza de arboles, ungüentos de alas de libélula y conchas marinas; con estas herramientas sutiles, has ideado el más hermoso lenguaje, fonético, silabario en los glifos sedosos, de tu telar.

Mujer religiosa, sacerdotisa, piedra jade, más preciada que el oro, eres monumento, pedestal, tus pies jade, obsidiana y pedernal. Cariz de tu pueblo, donde nos llevas por un hermoso paisaje de orquídeas blancas y ensenadas multicolor. He aquí la más bella flor indígena guatemalteca.

A mi hermana ancestral de Guatemala con todo el amor universal.

Por: Patricia Araya
Fuente: Corazón Indígena

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